25 de enero de 2010

Gestos mínimos Por Teresa Batallanez


Después de chequear todas sus redes sociales en Internet, de revisar su chat, su e-mail, su blackberry, sus mensajes de texto en el celular y en el teléfono tradicional sin conseguir una sola señal de la persona esperada, Drew Barrymore dice con gran desazón en la película Simplemente no te quiere: "En otros tiempos te rechazaba un hombre, ¡hoy te rechazan siete tecnologías!".
Retumbaron risas en todo el cine. Probablemente por la resonancia cotidiana de una sensación que es más digerible con humor ya que la mayoría de las veces hombres y mujeres preferimos pasarla por alto.
Y es que la tecnología, así como une, comunica y acorta distancias, también puede ser un arma voraz de crueldad camuflada. Porque su mayor poder está en ser un arma sin rostro, de apariencia inofensiva, un alguien que no da -al menos del todo- la cara. Eso lleva a transferir la culpa a un aparato -que por supuesto no la tiene- y a encontrar así una excusa tan benévola como ingenua cuando duele asumir el rechazo de otro.
El identificador de llamadas -por nombrar sólo una de las tantas tecnologías de uso diario- es una de las artillerías modernas que nos hemos acostumbrado a usar y a abusar sin sentido crítico de la diferencia. ¡Es tan práctico! Resulta tan conveniente silenciar ese llamado del vecino en una reunión importante... o filtrar a ese pesado que llama 500 veces cuando ya se le dijo claro que "No". Pero poco a poco la costumbre nos va haciendo filtrar al entrañable compañero de trabajo que se fue a vivir al sur, y hay que hablar tanto -nos engañamos- que mejor dejarlo para otro momento; al abuelo que llama para lo que ya sabemos: sí, hace mucho frío; y así, de a poco, vamos filtrando también al amigo íntimo, a los padres, a los novios, a los esposos. Mucho trabajo, estoy cansado, no tengo tiempo, no es el momento oportuno, después nos vemos. A veces es verdad, otras, son excusas cómodas a las que nos acostumbramos. En uno u otro caso olvidamos por completo considerar el tiempo, el cariño, la necesidad o la urgencia del otro. Nos olvidamos de que el afecto también está en estos gestos mínimos. Que ser generoso no es hacer donaciones monetarias, es comprometer nuestra conducta en favor de los que queremos. Un breve: "Te llamo después porque me gustaría que hablemos con tiempo" suena mejor que la señorita que se esmera en vano con su odioso "puede dejar un mensaje después de la señal". Atender es dar un gran sí a la persona que llama aunque luego debamos darle 80 "no" a lo que pide o dice. Filtrar, por más justificación, es poner un freno sin la necesidad de explicitar la palabra "basta" y desligándonos de cualquier explicación. Casi como lavarse las manos, pero con el respaldo de una modernidad a la que hay que adaptarse. Es un gran silencio para el otro. Un silencio que también puede decirle más de 1000 palabras. Y que nadie mienta que no importa o que ni se dio cuenta porque ser filtrado empaña cualquier corazón sensible.
Sería casi imposible no filtrar llamados, pero sería muy bueno que podamos considerar al otro cada vez que suena el teléfono y hacernos la misma pregunta que muchas veces lleva al no atendido a responderse -como en la película- "simplemente no te quiere".

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