27 de junio de 2014

16 añitos fiera

¿Se acuerdan de esa sensación de la adolescencia de que el mundo es algo que nos podemos llevar por delante y que no hay nada que nos detenga?
Yo la recuerdo de refilón. Para cuando me llegó la adolescencia, la vida me estaba pasando por encima como un tornado, y lejos me dejó de la tierra de Oz. Sin embargo llegué a vislumbrar un atisbo de esa sensación, de esa idea joven de que las reglas las pone uno y todo es posible.
Hoy todavía tengo una reminiscencia de eso, una necesidad de sentir ese rush, esa adrenalina, de juntar esas fuerzas para sentir que nada me derrota y nunca nada lo va a hacer. Pero será por la edad, la cultura, o por mis propios prejuicios, algo me dice que estoy grande para eso, que tengo que poner los pies sobre la tierra y acotarme a lo que la realidad me presenta. A mi edad ya no se cuenta con esa protección omnipresente de los padres, que nos hace sentir que no importa lo que pase, todo va a estar bien. No existe la clara imagen de que todo lo que tenemos por delante es la vida, y lo único que tenemos que hacer es empezar a transitarla.
Mis pies se mueven inquietos, quieren caminar, correr, liberarse, soltar anclas, que les salgan alas. Pero mi cabeza les impide elevarse, les dice que ya no están para estos trotes y que tenemos que aprender a vivir con lo que nos toca. Las ansias de sentirse todo poderoso, de que todo escollo es solo eso, un objeto en nuestro camino, nada que no podamos soltar o sortear.La necesidad de sentir que mis fuerzas son mayores que la gravedad de la realidad que me rodea.
Las imperiosas ganas de volar.


7 de junio de 2014

Historias sin fin

Llega un momento en que uno se cansa de lo que es y quiere ser, y lo único que desea es dejar caer la armadura, quedar desnudo, expuesto, débil, frágil y ser derrotado en el intento. Es un pensamiento derrotista, pero once in awhile nos llega a todos esa idea. Especialmente a quienes somos exitistas. Llega un momento que se nos terminan las ganas de correr, de triunfar o buscar triunfar, de poner siempre nuestra cara de buenos amigos.

No es que lo hagamos de manera consciente ni mucho menos que esté mal que lo hagamos. Me tomó mucho tiempo encontrar mi propia paz y hoy por hoy mi mayor careta es contra la gente negativa, con la gente que lleva una nube sobre sus cabezas todo el tiempo y no la quieren dejar ir. Y la única manera de mantener alejada a esa gente es siempre brillar, siempre tener una sonrisa más grande que logre espantar los nubarrones ajenos. Pero bueno, esa no es una postura que uno pueda mantener todo el tiempo, requiere esfuerzo y compromiso. Requiere levantarse todos los días y reconfirmar nuestras decisiones de vidas, aquellas según las cuales dejamos atrás los días oscuros y solo dejamos entrar la luz. Reconfirmar que estamos donde queremos estar, que esto es lo que queremos ser, y que nadie puede derrotarnos, salvo nosotros mismos.

Es fácil decirlo, y algunos días es muy fácil hacerlo. A veces no es tan sencillo y las energías se agotan tratando de mantener todas las pelotas flotando en el aire.

Hace mucho que no usaba esa metáfora... Hace mucho que no me sentaba a pensar en cuantas pelotas estoy tratando de mantener flotando en el aire... Quizás sea hora de dejar que algunas caigan, que se hagan terrenales, que dejen de flotar para tocar el piso, crear raíces, darme solidez.