"Sueña un sueño despacito entre mis manos, hasta que por la ventana suba el sol" (*). Sueña hoy, sueña mañana, nunca dejes de hacerlo. Nunca dejes que la imaginación se estanque, que se acostumbre a no soñar. No todos los sueños se cumplen, no todos los sueños se alcanzan, muchos se truncan en el camino. Pero más triste que todo eso es una vida sin sueños.
Soñamos imposibles, soñamos nuestros deseos, que nunca se concretarán en la realidad, pero son verdaderos en nuestros sueños. Soñamos despiertos cada día con aquello que nos cambiará la vida, soñamos a cada paso que el siguiente será el definitivo.
Los sueños sueños son, pero no por ser solo sueños debemos dejarlos de lado, ni debemos dejar de pensarlos. Todas las noches intento soñar, me acuesto con alguna idea ficticia en la cabeza y la desarrollo, juego con las situaciones, las pruebo, las cambio. Situaciones que solo quedarán en las ficciones de mis sueños, pero sin embargo no por eso dejo de realizar este maravilloso ejercicio. Ejercicio que mantiene mi cabeza carburando, aceitada, que no deja que las ideas se duerman, que no deja que las esperanzas se duerman.
Sueño un sueño despacito, pieza a pieza, sin quererlo. Sueño lo que tuve, lo que nunca tendré, lo que alcanzaré. Sueño aquello que ni siquiera deseo. Sueño aquello que me supera y me redime. Sueño quien soy y al soñarlo dejo de serlo para convertirme en quien quiero ser.
(*) Muchacha ojos de papel, Luis Alberto Spinetta
13 de mayo de 2013
7 de mayo de 2013
Edición Vespertina I
"Nadie nos avisó (...) que crecer es aprender, que para
regresar y para casi todo es tarde"(*). Hay quienes dicen que crecer duele,
pero el dolor es parte del aprendizaje. Uno no puede quedarse solo con las
cosas positivas de la vida y creer que se aprende de lo buenos que nos sucede.
El verdadero aprendizaje está en aquello que nos moviliza completamente, que
trastoca nuestras vidas, que la deja patas para arriba y nos sacude las monedas
de los bolsillos y las ideas de nuestra cabeza.
Aprendemos de aquello que nos cambia el paradigma, que nos
demuestra que las cosas no son como creemos o creíamos. Crecer implica
enfrentarse a realidades impensadas, a situaciones que en nuestros sueños
adolescentes no podíamos vislumbrar.
Para regresar es siempre tarde, para todo es tarde. La
fugacidad del tiempo es tal que se escapa a cualquier imaginación. Solo nos
queda el hoy y ahora, un segundo después se convierte en nuestro pasado y se
sumerge en ese aprendizaje que mencionaba antes. Cada segundo construye nuestra
vida. Como la cera de una vela que arde a lo largo de la noche, la forma y
efecto que tendrá es imprevisible, solo nos queda vivirlo y pasarlo, para
después poder observar la obra terminada pero en constante construcción.
¿Podremos en algún momento volver la vista atrás y ver todo
ese camino? Supongo que depende de la visión de la vida después de la muerte
que cada uno tenga. Yo creo que cada cierto tramo de nuestra ruta, algo nos
hace girar la vuelta atrás, observar el camino recorrido, repasarlo y tratar de
entenderlo. Y convertirlo en algo realmente aprendido. Porque crecimos. Porque
ya no somos los mismos.
(*) Canción para un viejo amigo, Ismael Serrano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)