23 de abril de 2014

Time after time

Todos los días me despierto con la absoluta convicción y determinación de tener un buen día, de tomarme las cosas con calma, de no dejar que nada me afecte. Todos los días, inexorablemente, rompo con mis propias promesas y me dejo abatir, dejo que algo me golpee tan duro que al final del día me siento derrotada, cansada. Es un cansancio físico, mental, emocional, que me deja tirada, ahí donde caiga, con la única finalidad de juntar nuevas fuerzas para intentarlo al día siguiente de nuevo.
Pero a veces no es suficiente, a veces los golpes diarios son demasiados, me quedo con la necesidad de encontrar una salida definitiva, una puerta que se abra al desahogo, a una sensanción de alivio que todavía no sé hallar. Las ideas quedan en ideas, las intenciones se chocan con la realidad, y yo sigo acá, dando vueltas en círculos, buscando eso que "sucede que a veces" que canta Ismael, aquello que "te eriza la piel y te rescata del naufragio". Pero yo sigo acá, buscando algo que me permita expulsar mi angustia, llevarla al plano de lo real, que me haga llorar y desagotar el nudo en la garganta.
Tendrían que existir recetas para esto, sí, recetas mágicas, soluciones magistrales que den un poco de sosiego y paz.
No es mucho lo que pido, ¿no?

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