17 de febrero de 2010

Con el té de la mañana

Si tuviera que contar cómo empieza cada día, si tuviera que describir cada primer pensamiento de la mañana, cómo poner en detalles aquello que surca nuestras mentes sin rumbo fijo y se estrella contra la pared de la realidad en cuanto nace fugazmente.
Si tuviera que contar qué estoy pensando en este momento me costaría tanto ponerlo en palabras, explicarlo, identificarlo, siquiera darle una forma en mi mente, entender qué es.
Todo es tan abstracto, tan efímero, tan volátil, todo es psicodélico, sin forma.
Las ideas vuelan por la habitación, desde el momento que me despierto hasta que me voy. Al regresar siguen por acá, colgadas de la lámpara del techo, esperando para revolotear de nuevo alrededor, pero sin nunca clarificarse, siempre tan abstractas como a primera hora del día.


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