22 de diciembre de 2010

Finalizando

Me armo y me desarmo miles de veces. La estructura se cae, me tambaleo por momentos, pero ya no cuesta tanto volver a armar algo de lo que me queda y lo nuevo que surje. El volver al ruedo causa una sensación de gratificación de igual intensidad que la angustia que causa el caer.
Pero como dije en su momento: que se me caiga la estantería encima, está bueno de vez en cuando.
Porque esta bueno volverse a armar, poder volver a mirar las piezas por separado y descubrirlas de una nueva manera.
Hasta hace un año, aproximadamente, toda mi estructura no dependía de mí, dependía del otro. El problema era que ese otro no quería hacerse cargo ni de una parte de ello, lo que en realidad es lógico, porque la única que tiene que hacerse cargo de eso soy yo.
Así que de a poco fuí poniendo todo sobre mis hombros y despacito despacito empecé a caminar con todo eso sobre mi espalda. Al principio costó horrores, pero de a poco me acostumbré a la marcha y le tome el gusto a hacerlo.
Hoy por hoy no cambio por nada esa manera de caminar. Si me pierdo en la multitud, en el caos, en la sociedad, en el otro, si me pierdo aunque sea un segundo, todavía tengo atada mi soga al final del laberinto que me devuelve al lugar de donde partí, a la luz que mis propios ojos pueden ver.
Con esto no me quiero hacer la fuerte, tengo mis momentos de debilidad, mis trabas y mis falencias, muchas ellas. Sin embargo, si tengo que pensar en donde estaba hace exactamente un año, fue muchísimo el camino recorrido y creo que por la buena senda.
Este año me quiero y me respeto más a mí misma, y conocíendome, no hay mayor logro que ese.

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