6 de junio de 2010

No hay mejor ciego...

"...se volvió hacia donde sabía que estaba el espejo, ... extendió las manos hasta tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo veía a él, él no veía la imagen." (*). Miramos esa imagen en un espejo, nos devuelve un reflejo que quizás no es lo que queríamos ver, que no reconocemos como representación de nuestra realidad, de ese yo físico que se da al mundo sin poder manejarlo. 
Dicen que los ojos son una ventana al alma, que a través de ella se puede acceder al corazón de las personas, encontrarlas en su ser más primitivo, ingresar en sus secretos y conocerla tal como es. Ese "es" diferente a lo que el espejo muestro. Ese "es" que preferiríamos que no pueda ser accesible a través de los ojos, ya que es nuestro, es propio, es único, y su conocimiento nos vulnera, nos deja deja desnudos ante un otro. Y vaya a saber uno qué hace el otro con ese conocimiento tan especial.
A veces eso que se ve en el espejo es lo mismo que se ve a través de los ojos. A veces somos tan transparentes que tenemos que negarnos a nosotros mismos que está pasando lo que vemos que está pasando. Es que además de quedar vulnerable ante el otro, quedamos vulnerables ante nosotros mismos, nos vemos ahí, en nuestra salvaje realidad, a cara lavada.
Y ese espejo nos sigue devolviendo la mirada sin ver, nos sigue brindando el reflejo que no queremos reconocer, nos sigue representando como no queremos ser vistos.
De manera permanente. 
Por la eternidad. 
Reflejados.


(*) Ensayo sobre la ceguera, José Saramago

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